martes, 28 de marzo de 2023

Mixes



Cuando llegamos, una fila de niños perseguían el carro, pensaban que era un político o alguien famoso, cuando abrimos la puerta, nos rodeaban y querían jugar, tocaban nuestras ropas, la tela de las camisas, el pantalón, las maletas, todos querían ayudar a cargarlas.

Nos estacionamos cerca de una cancha de basquetbol, que fungía como sala de audiencias, sala de eventos, sala de usos múltiples, y además sitio de referencia único del pueblo, mi padre avizo a lo lejos a los parientes que aun le quedaban en ese lugar, pregunto  por sus hermanos, sus tíos, sus sobrinos, algún local lo condujo. Pasamos por innumerables casas, en todas nos ofrecieron comida, trago y café, en todas hacíamos las mismas preguntas ¿ustedes son Vásquez? ¿conocen a Polo?.. Nunca contestaban a la primera, lo de siempre fue, les invitamos a nuestra casa, coman y beban, luego pueden seguir, no sin antes, ya tener en la puerta a los siguientes vecinos que estaban iniciando el mismo ritual, creo que fue por ahí de la quinta casa donde nos detuvimos un poco más, quizá porque mi padre ya había encontrado por fin a un familiar, o porque ya cansados no teníamos fuerza para seguir con el festín, ya era noche, y aun nos faltaba caminar un poco más, la casa familiar donde mi padre había nacido y crecido por algunos años, hasta los diez, si es que no me falla la memoria, que fue cuando  en un acto de rebeldía a su estirpe decidió no terminar como sus hermanos, y huyo a la ciudad, comenzando su vagar por el mundo, esa casa, ya no existía, solo encontramos una casa donde un familiar lejano, quizá un sobrino, quizá un tío, no lo sabré nunca, nos ofreció quedarnos.

En unos camastros forrados de tela de sacos de maíz y con unas cobijas de feria donde el aroma de leña inundaba los rincones de esa casa, dormimos por esa noche, estaba oscuro, como oscurece en esas tierras, una oscuridad total a las ocho de la noche, el aullido de perros, o coyotes, o animales de la sierra se escuchaba en las montañas alejadas, un frió que se hacía cada vez más profundo conforme la noche se adentraba en los huesos, mis ropas de niño no soportaron la inclemencia, me fui a refugiar al carro, donde me arrope con todo lo que traíamos en la maleta, mi padre regreso a la casa del tío-sobrino-pariente. 

Pase la noche con un cierto miedo, asomándome a las ventanas del carro, temeroso por la noche y la soledad, pero nada paso, a pesar de ser un niño pequeño, rechoncho, temeroso  y con ese aspecto curioso, un niño muy temprano estaba jugando con los vidrios de la ventana cuando desperté, subido al capo del carro, dibujando lo que parecían caballos y personas, salí con el cuerpo aterido y me dirigí a la casa del tío-sobrino-pariente, mi padre ya estaba tomando un café que a mi parecer ha sido el más delicioso que he tomado hasta la fecha, el frío calaba.

Afuera de la casa se veía una espesa bruma, resplandeciente, con una luz diurna que se esparcía por todos lados, los primeros albores del día, que se asomaban por la montaña, la tierra húmeda y pegajosa, si no te fijabas podías resbalar y acabar en un resumidero, y solo podrías ser rescatado después de varios días, los pequeños acantilados eran comunes en esa parte de la sierra. Veía como los niños pequeños, algunos incluso descalzos, se movían con facilidad, sus habilidades motoras era extraordinarias, quizá por lo agreste de la tierra, por lo difícil del territorio, tenían una fortaleza que a los años comprendo y admiro. 

Mi padre en su infancia era un niño de esos, y trepaba y trabajaba en los cafetales de la zona, cultivaba y sembraba, desde pequeño adosado al rebozo de mi abuela, iban y venían por los desfiladeros, con una gracia y fuerza que se que herede de alguna forma, pero que jamás desarrolle, a mi me toco piso de concreto, como siempre me dijo mi padre, yo ya nací con sabanas de seda. Entiendo a los años ese paralelismo, ya que comparado con las fibras de los camastros, todo parecía más sedoso, menos rustico. 

Comprendí a mi padre y su deseo de fuga, cuando llegamos un día antes fue día de fiesta, y lo que al pequeño niño que era en ese momento me sorprendió sobremanera, fueron los cuerpos tirados a lo largo del recorrido, no eran pocos, no se cuantos eran, no lo pude contar, pero si eran muchos, la mayoría eran campesinos que habían bebido demasiado "Así murieron mis hermanos" -susurro, y entonces lo supe, no quiso morir de ese modo.

Nunca conocí a mis tíos, a mis abuelos por parte de mi lado paterno tampoco, se de alguno que nos paso a visitar, del que se desprenden algunas anécdotas, aunque en mi vaga memoria, no puedo precisar quien era, supe de algún primo que vivía en USA, en especifico en el Bronx, pero no se más de él. 

Al paso de los años, tuvimos en casa a un nieto sobrino, ¿así se le llama?, era el hijo de uno de sus sobrinos, al parecer esas visitas impactaron en la familia de mi padre y algunos parientes querían que se llevaran a sus hijos en el carro, aun recuerdo esa escena, que no fue grata, pero no fue así como conocí a Javier, él llego a ciudad del Carmen, o al menos ahí lo conocí, joven, impetuoso, con esa mirada fiera, que también conocí en la mirada de mi padre cuando se enfadaba, fuerte y orgulloso como todos lo mixes, con la sangre en ebullición, con el coraje de que los hagan menos, conviví con él, pero eramos de entornos diferentes, siempre me ganaba en el basquetbol, no tenía nada que hacer, mis técnicas elaboradas nunca pudieron competir con la puntería que siempre tuvo,  mi padre lo protegió como otro de nosotros y me dieron celos, celos de hijo, que mi padre se fijara en él y lo tuviera a su lado, pero soporte, nos soportamos y toleramos por algún tiempo, pero un día se fue, quizá fui yo, quizá fue mi comportamiento con él, no lo se, pero un día ya no estaba.

Ahora, después de tantos años lo volví a encontrar, por llamadas, por redes sociales, aun lo veo y por lo que me cuenta, tenemos cuentas saldadas, y veo que le ha ido muy bien y eso me da una alegría inmensa, me recuerda esos tiempos, cuando yo era un joven impetuoso también.

Mi padre lo apoyo en su carrera, y estuvo en su graduación, cuando salio de su universidad, eso le recrimine algún día a mi padre, pero fue más por una cuestión de ego, ya que mi padre si fue a mi graduación, aunque ya no a mi titulación, que fue un año después, pero para esas fechas nuestra relación ya había decaído un montón.

Quizá por eso cuando volteo a ver esas tierras, que he visitado poco, pero que recuerdo mucho, siempre es un recuerdo agridulce, fuimos pocas veces, ya que el camino en aquellos tiempos era tortuoso y muy accidentado, aun recuerdo que en algún punto del camino, las lluvias habían excavado una especie de río en medio de la terraceria, donde los surcos profundos casi imposibilitaban seguir nuestro camino, pero empujando el carro y encontrando la manera de apuntalar las llantas, pudimos sortear el obstáculo, aunque claro, con el debido raspón a la carrocería y golpes en nuestra humanidad, hicieron más ameno el viaje.

El agua también es tema de importancia, aunque Javier me ha dicho que ya todo ha cambiado muchísimo desde entonces, tanto en el agua como en la infraestructura carretera.

En aquella ocasión, para tener agua teníamos que caminar algunas horas hasta un nacimiento de agua, que la montaña decidía no fuera cerca de la comunidad, y teníamos que pasar por los acantilados, y la terracería, el caminar comenzaba desde muy temprano, aun oscuro, y caminábamos con ayuda de alguna linterna que uno de mis primos llevaba, los caminos eran pequeñas veredas en las laderas de la montaña, donde el barro humedecido era lo más peligroso, aun más que las culebras que había por montones, aderezando el recorrido mis primos siempre tenían sus muy propias anécdotas de fantasmas y monstruos que nos iban contando para sazonar el viaje, cuando la luz nos permitía ver un poco más, solo podíamos ver a nuestro primo por delante, muchas veces esperándonos, ya que la neblina no nos dejaba avistar mucho, y que bueno, ya que eso ocultaba los precipicios por donde íbamos pasando, y lo pudimos constatar cuando por algún error resbalamos, tanto mis hermanos como yo terminamos en el fondo de un pequeño barranquito, tuvimos suerte, me dijo mi primo, los que han caído por ahí ya no regresan, o al menos no regresan bien, claro por si hacía falta la aclaración.

Nunca más regrese, solo fui un par de ocasiones, pero vi mi rostro y el de mi padre repetido innumerables veces, también vi las historias de mis primos, algunos en efecto como Javier, pudieron salir de ahí, y triunfar en algún campo social, pero otros, segregados o quizá por el azar del destino, con fortunas menos placenteras.

Las fiestas patronales son muy comunes en la zona, ignoro en realidad cuales festejan o cuales no, pero me toco en una visita corta que hice en alguna ocasión con mi padre, una de esas fiestas, donde las bandas, numerosas y muy ruidosas iban de un pueblo a otro, con una algarabía enorme, con bailes, sonrisas, alcohol y cuetes, la fiesta fue intensa, duro varios días, nos quedamos solo uno, pero fue suficiente, con ello comprendí un poco también lo difícil que es escapar de las garras del alcohol para la comunidad, es una cuestión cultural, y también supe que mis tíos pertenecieron en algún momento a esas bandas filarmónicas, la mayoría de viento, grandes trombones, grandes tamboras, mucho ruido, mucha gente. El sistema social también fue algo que me llamo la atención, existía algo que llamaban mayordomo que era como el encargado de la feria, lo recuerdo porque a mi padre le ofrecieron en algún momento la mayordomía de un festejo, creo que declino amablemente, y también el trabajo comunitario, supe que era ley servir al pueblo, sin remuneración, pero con las atenciones propias de que el pueblo ese año daba comida y sustento a los que se ofrecían de manera voluntaria, digamos que ese era el pago. 

Una vida hasta cierto punto sencilla, si me lo preguntan, quizá en mi vejez me vaya a enclaustrar a una de estas comunidades, no me parece mal acabar ahí mis días, en medio de esas nubes hermosas, de ese café delicioso, de ese ruido en medio de la montaña cuando hay festividad, con el aroma de aire puro que solo puedes obtener en esas montañas eternas, donde los ancestros de los mixes huyeron para sobrevivir, montañas a las que se adaptaron sobremanera pero de la que después sus hijos también quisieron huir, sin saber, tal vez, de la riqueza que tenían, la nación de los nunca conquistados, como se les conoce.

martes, 14 de marzo de 2023

La presbicie y otros horrores

 No hay nada más conflictivo que la resistencia del nuevo presbita, aquel que apenas hace algunos meses veía a los usuarios de lentes bifocales o progresivos como gente grande, como adultos mayores, como viejos, y ahora, que la edad lo ha alcanzado, y lo ha emparentado con los designios del Dios Cronos, se siente abrumado.

Las soluciones ópticas que le ofrecemos, solo le conceden un consuelo raso, una migaja de los tiempos, lo que cae de la mesa celestial de la juventud, el remedio de lo que viene después: la vejez.
Desafortunadamente para ese grupo de personas que se están acercando al decaimiento de sus facultades fisiológicas, la sociedad también les espeta en la cara, lo afanoso del tiempo, ya sea porque ahora se sienten en la desesperanza de que dependan de otros aditamentos que le restringen su libertad de movimiento y de opinión, y ahora que se sienten desamparados y desolados frente a lo que el futuro les depara, se sientan con temor en el sillón de exploración, con las preguntas existenciales que solamente esta civilización les puede generar ¿qué he hecho de mi vida?.
Ya llega el tiempo entonces de observar las posibilidades, ¿y si me opero? ¿la tecnología me daría ojos bionicos? ¿me voy a morir?.
Las dudas son siempre las mismas, salvo algunas variables, ¿me voy a quedar ciego? ¿los lentes me van a curar? ¿qué me puedo tomar para que se me quite?. Observo como mis respuestas poco a poco van engendrando mayores miedos y temores, mayores incertidumbres, y muchas burbujas de ilusión reventadas, chisporroteando por doquier en un desparpajo multicolorimetrico, que se embarran en las paredes del consultorio. La presbicie es la antesala de las canas, de las primeras arrugas que ahora si, ahora si, ya no se borran con el maquillaje, es la antesala de volver la vista atras y observar a los amigos a los familiares que aun siguen a nuestro lado, y muchas veces preferimos que alguien más nos acompañe, quizá por el trauma que representa usar por primera vez estos aditamentos rudimentarios que se llaman lentes.
Es ahí cuando encuentro las mayores molestias, el proceso de adaptación, justo en el lugar donde ya no hay enfoque, donde las soluciones opticas solo nos dejan más dudas que respuestas.
Que si los progresivos son mejores, que si el monofocal toma lugar como una visión panorámica, que si los lentes de contacto pueden ayudar, todo tiene sus propias interrogantes y su propio proceso adaptativo.
Y regresan, oh si, vaya que regresan, por inadaptaciones, por incomodidad, por el mismo proceso que requiere el sacrificio del espacio personal y el juicio de la sociedad: -No te había visto con lentes. -Se te ven hermosos, te dan personalidad. -Ya estas ruco.
Los que se resignan, quizá, los que cada año vienen a recambio, tomando como base la transparencia de sus lentes, son quiza, los más sabios, algo he de aprender de ellos, son almas viejas que saben cual es el recorrido de su alma por el mundo trascendental, que saben perfectamente que la adaptación es el progreso, esos son los menos. Los más regresan por que alguien les dijo que compraran lo mejor, lo más caro, el nuevo filtro, el nuevo diseño, lo que esta de moda.
Es el presbita la imagen de esta sociedad en decadencia.

Cinco etapas de las presbicia.




Escribir es una cosa rara

  Escribir es una cosa rara, es un evento que suele acompañar las madrugadas descafeinadas, cuando el acoso laboral te deja en visto, cuando...