sábado, 10 de marzo de 2018

Tlaquepaque, color y fiesta

Es normal entonces salir a la calle y encontrarse al mariachi cantando cielito lindo, caminar unos metros y encontrarse algún artista callejero realizando un dramatico malabar, en un restaurante los finos tonos de una voz de soprano cantando canciones de Javier Solis, los niños gritando alrededor del parian principal.
Ya me estoy habituando a sus calles estrechas, a su trafico lento, al aire que discurre siempre como una ventisca permanente, con un aroma entre aceite quemado y arena de montaña, al polvo que diario deja su inmoral huella en todo aquello que lo rodea.
Cuando camino de regreso, ya no es raro para mi, almorzar con imitadores de buena voz, con los payasos de la cuadra, con el mariachi del Patio.
Es Tlaquepaque los hostales por la noche, el silencio abruptamente quebrado por ruidos consistentes de las risas embriagadas, ellas embriagadas ellos hilarantes.
Ya no es raro entonces, encontrar mi sombra deseando salir del encierro del consultorio, solo para unirse a la radiante vida que se mece en las tardes de Jalisco.

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